Aunque tu esposo o tu esposa te fallen, Dios nunca te fallará

Palabras parecidas hemos escuchado los que tenemos la bendición de acompañar a nuestro fundador y coordinador general de la Casa de la Misericordia Juan Carlos Saucedo V. al compartir su testimonio. Nos puede fallar el esposo o podemos fallar las esposas en la alianza matrimonial, nos pueden fallar nuestros padres y mejores amigos, pero nuestro Padre que está en el cielo NUNCA NOS FALLARÁ.
Las dificultades que se presentan en el matrimonio nos recuerdan que somos vasijas de barro, frágiles, imperfectas; podemos ser vasijas hermosas pero siempre frágiles. Hacemos del amor un ideal y es bello sentirse enamorado, sentir que somos importantes para el ser que amamos, que despertamos cada día con el deseo de hacerlo o hacerla feliz; en nuestro corazón está el deseo que ese amor dure para toda la vida, y cuando asumimos una alianza de amor a través del matrimonio sacramental, suponemos una elección mutua lo que significa conocer y admirar los valores y aceptar y asumir los defectos que el otro tiene, esto no implica dar por hecho que conocemos al cónyuge totalmente, siempre estaremos encontrando situaciones nuevas que nos sorprenden, incluso dolorosas que nos pueden lastimar. Cuando comprendemos lo frágil que es el amor en una relación que no se cuida, que se deja caer en la rutina, que se deja ahogar por la indiferencia se puede llegar a un fracaso matrimonial.
Las personas son lo que son, no son como nosotros esperamos que sean, y cuando estamos en una relación de pareja es importante aceptarnos con las cosas positivas y negativas que traemos, debemos amarnos y aceptarnos con las diferencias, todos queremos ser felices y sentirnos amados, la relación de pareja es asunto de dos y los dos estamos llamados a esforzarnos por mantener vivo el amor; los hombres podrían intentar ser mejores para aportar a la relación pero tal vez no sepan cómo hacerlo o las mujeres tal vez queriendo aportar mejores cosas, no estemos preparadas para tomar decisiones o intentar un cambio. La cuestión es saber si queremos tener la razón o solo ser felices, si estamos dispuestos a no quedarnos cruzados de brazos, esperando a que los demás resuelvan nuestras vidas o estamos decididos a hacer algo ya, en aquellas cosas que dependen de nosotros, recordando que todo lo ponemos en manos de Dios y será Él quien nos guíe para tomar la mejor decisión.
El amor es el tesoro que llevamos en la vasija de barro, se puede quebrar en cualquier momento si no se cuida, el amor se debe proteger y defender porque siempre habrá enemigos que lo quieren destruir. La pareja que no tenga su confianza puesta en Dios, la familia que no tiene su fundamento en Dios se quiebra, se deshace, la esposa o el esposo que tiene su confianza en su cónyuge más que en Dios fracasa, porque su pareja en cualquier etapa del matrimonio le puede fallar; solo las familias que toman su fuerza en la oración, que llenan sus vidas con la gracia que Dios da, puede superar las heridas que se producen en el matrimonio mutuamente. Me atrevo a generalizar en la medida que reconozco que no es fácil perdonar, podemos amar, pero cuando hemos sido lastimados en cualquier área de nuestra vida por nuestra pareja, si no fuera por la ayuda y la gracia que Dios otorga, no podríamos perdonar.
Si tu esposo o tu esposa te falla recuerda que Dios nunca te fallará, solo Dios nos sujeta y nos levanta, Él pone el bálsamo que necesitamos para sanar nuestras heridas, tiene la respuesta a nuestras dudas y sentimientos de fracaso. El Señor es el mejor psicoterapeuta y la oración la mejor terapia para comprender lo que nuestros sentidos no comprenden o no quieren comprender; la vida matrimonial es hermosa, pero debemos tener claro que somos vasijas de barro que llevamos el tesoro del amor y este implica aceptar la elección que hemos hecho mutuamente; ya no es hablar de tu y yo sino de nosotros, es cambiar radicalmente nuestra manera de pensar individualista y egocentrista para pensar en el otro, en hacer felíz al otro. El matrimonio es un paso que se da a partir de la fe, por eso debemos mirar juntos a Jesús, orar juntos con Jesús y estar junto a Jesús. Recordemos que nuestra pareja nos puede fallar, pero nuestro Padre Dios, NUNCA NOS FALLARÁ.