Vivir la misericordia como misioneros
“Al pecho llevo una cruz y en mi corazón lo que dice Jesús…” Las palabras de este canto del p. Zezinho, resumen la vivencia de quien tiene el fuego dinamizante del amor de Dios.
Hemos dicho anteriormente que el encuentro con Cristo, rostro de la misericordia, es el inicio de una vida impulsada por el Espíritu Santo, una vida en misericordia. Y esta vida, más que una devoción bonita, o un engolosinamiento egoísta, indiferente al mundo y al hombre, es, ante todo, una actitud, una apertura del corazón al prójimo, acompañada del deseo de ir a su encuentro para sembrar en su corazón la semilla de misericordia. Pues, toda vocación de seguir a Jesús es vocación a misión con otros. Esto es lo que nos hace misioneros de la Misericordia.
El misionero de la Misericordia, como los discípulos (cfr. Juan 1, 35-46) es aquel que ha tenido una experiencia viva de Cristo como su salvador, ha llenado su corazón por el encuentro con Su Palabra, ha sido misericordiado, y se ha alimentado de Él. La misión comienza cuando el corazón, lleno del amor divino, siente la necesidad de compartirlo a quien no lo ha experimentado.
La canción citada continúa: “El mundo va herido y cansado de un negro pasado, de guerras sin fin; hoy teme la bomba que hizo y la fe que deshizo y espera por mí.” Mantiene vigencia la exhortación del papa san Juan Pablo II al consagrar el mundo a la Divina Misericordia: “El mensaje del amor misericordioso resuene con nuevo vigor. El mundo necesita este amor”, para que “derrame en los corazones la esperanza y se transforme en chispa de una nueva civilización: la civilización del amor.” Y “La Iglesia desea anunciar incansablemente este mensaje, no sólo con palabras fervientes, sino también con una práctica solícita de la misericordia.” (17 de agosto del 2002).
En varias oportunidades el Señor expresó a santa Faustina, la necesidad de difundir el mensaje de la Misericordia. Precisamente el segundo Domingo de Pascua de 1937, (día de la Fiesta de la Misericordia) le decía: “Habla del mundo de mi Misericordia, de mi Amor. Me queman las llamas de la misericordia, deseo derramarlas sobre las almas de los hombres… Dile a la humanidad doliente que se abrace a Mi Corazón misericordioso y Yo la llenaré de paz. Di, que soy el Amor y la Misericordia Misma.” (Diario, 1074). Así, el misionero de la misericordia aplica lo que el Señor pidió a todos los hombres por medio de santa Faustina.
La misión propuesta por el Señor consiste en el anuncio de la Misericordia. Los últimos papas han reconocido la profundidad y riqueza espiritual contenida en el mensaje de la Divina Misericordia, que nos lleva a la esencia misma del cristianismo: Dios es amor y misericordia. El misionero anuncia a Dios Padre Misericordioso y Compasivo, que nos da Su paz.
Enseñó el papa Benedicto XVI en Aparecida “No hay discipulado sin misión. Cuando el discípulo está enamorado de Cristo, no puede dejar de anunciar al mundo que solo Él nos salva. En efecto, el discípulo sabe que sin Cristo no hay luz, no hay esperanza, no hay amor, no hay futuro”. (Cfr. DA, 146). Por tanto, el misionero, como sembrador de misericordia, lleva este mensaje, en particular a los que no conocen a Dios Padre Misericordioso, y dedica sus esfuerzos en traer hacia Dios las personas que sufren por estar lejos de Él, para que “pongan su esperanza en Su misericordia”. (cfr. Diario, 1146).
Todo esfuerzo misionero será genuino siempre que esté fundamentado en el más puro y desinteresado amor al Señor de la mies.