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Católicos en estado de misión

Católicos en estado de misión

Acabamos de cumplir 10 años de la reunión de la V Conferencia del Episcopado Latinoamericano en Aparecida, Brasil, la cual se realizó del 13 al 30 de mayo del 2007. En este Pentecostés ellos, junto al hoy emérito papa Benedicto XVI, reconocieron a todos los bautizados como discípulos misioneros de Jesucristo, para que nuestros pueblos tengan la vida en abundancia que nos regala el conocer al Señor. Con claridad recibimos todos los bautizados el mandato de nuestros pastores a remar mar adentro, a llegar a las periferias existenciales y comunicar la alegría que nos trae Jesucristo.

En el numeral 14 de las conclusiones de dicho documento los obispos afirman: “El Señor nos dice: “No tengan miedo” (Mt 28, 5). Como a las mujeres en la mañana de la Resurrección, nos repite: “¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo?” (Lc 24, 5). Nos alientan los signos de la victoria de Cristo resucitado, mientras suplicamos la gracia de la conversión y mantenemos viva la esperanza que no defrauda. Lo que nos define no son las circunstancias dramáticas de la vida, ni los desafíos de la sociedad, ni las tareas que debemos emprender, sino ante todo el amor recibido del Padre gracias a Jesucristo por la unción del Espíritu Santo…” Aquí está el reto fundamental que afrontamos: mostrar la capacidad de la Iglesia para promover y formar discípulos y misioneros que respondan a la vocación recibida y comuniquen por doquier, por desborde de gratitud y alegría, el don del encuentro con Jesucristo.

Nuestros obispos junto al Papa declararon a América Latina y el Caribe en Estado permanente de misión, y ellos en este numeral 14 afirman que tenemos un gran reto: “… promover y formar discípulos misioneros que respondan a la vocación recibida…” La pregunta es: ¿nuestras comunidades parroquiales en Latinoamérica asumen este estado permanente de misión? ¿Estamos formando nuevos discípulos y misioneros para responder a este llamado? ¿Mensualmente cuántos nuevos misioneros entregamos a la Iglesia para que nuestros pueblos tengan vida?

Como Obra Casa de la Misericordia, atenta al llamado de nuestros pastores y reconociendo el don que el Señor nos ha regalado a través de nuestra publicación Misericordia Día a Día, la cual ha sido el fundamento de nuestro proceso comunitario al provocar diariamente un mayor encuentro con Jesucristo, Palabra Viva, pudimos reconocer que esa relación diaria con la Palabra podría ser la manera de promover y formar nuevos discípulos misioneros.

Al igual que los caminantes de Emaús que se preguntaron después que Jesús desapareció en la fracción del Pan: “¿No ardía nuestro corazón cuando nos hablaba de las escrituras?” Es la Palabra de Vida y Verdad la que nos hace reconocer y vivir nuestra identidad de hijos de Dios, y de esta manera asumir nuestro ser discípulo en la medida que la escuchamos y misionero cuando la comunicamos; compartimos nuestra manera de asumir nuestro discipulado.

“Conocer a Jesucristo por la fe es nuestro gozo; seguirlo es una gracia, y transmitir este tesoro a los demás es un encargo que el Señor, al llamarnos y elegirnos, nos ha confiado. Con los ojos iluminados por la luz de Jesucristo resucitado, podemos y queremos contemplar al mundo, a la historia, a nuestros pueblos de América Latina y de El Caribe, y a cada una de sus personas.” (Aparecida, 18).

En las próximas cuatro ediciones compartiremos con nuestros lectores una manera sencilla para dar respuesta al llamado de promover y formar nuevos discípulos y misioneros que asuman el estado permanente de misión.

Tema I: La naturaleza del proyecto

“Misioneros de la Misericordia”

  1. Hace una década, el papa Benedicto XVI y nuestros obispos en la V Conferencia del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, en Aparecida, Brasil (año 2007), declararon a la Iglesia Continental en “Estado permanente de Misión”. Sería el mismo Papa, quien previamente, en el año 2005, en la celebración de los 40 años de la constitución dogmática Dei Verbum del Concilio Vaticano II, declarara con tono profético: “Si se promueve esta práctica con eficacia, estoy convencido de que producirá una nueva primavera espiritual en la Iglesia”. En esta indicación, del hoy Santo Padre Emérito, la de promover con eficacia el encuentro orante diario de los bautizados con la Palabra de Dios, donde se fundamenta nuestro proyecto.
  2. El “encuentro orante con la Palabra de Dios” es vital si queremos “producir una nueva primavera espiritual”. En esta línea el papa Francisco nos ha recordado: “Hay una forma concreta de escuchar lo que el Señor nos quiere decir en su Palabra y de dejarnos transformar por el Espíritu. Es lo que llamamos “lectio divina.” Consiste en la lectura orante de la Palabra de Dios, en un momento de oración para permitirle que nos ilumine y nos renueve. …” (EG, 152), pero ¿cómo proponer esta forma concreta y que sea sencilla, eficaz y al alcance de muchos? ¿Cómo producir discípulos-misioneros enamorados de la Palabra?
  3. Los laicos que constituimos la inmensa mayoría del Pueblo de Dios no estamos condenados a permanecer como espectadores pasivos ante el movimiento exigente de la nueva evangelización, hoy más que nunca el Señor nos dice: “vayan también ustedes a mi viña (Mt 20, 4)”, no podemos permanecer atornillados en nuestro sillón o cómodos en el sofá distraídos mientras Cristo mismo espera que seamos testigos y mensajeros de la Buena Nueva, empleándonos a fondo en el trabajo de la viña. No nos quedemos impasibles con el control remoto canaleándo o sencillamente balconeando la vida como diría el papa Francisco, mientras se nos invita a ser protagonistas por la gracia del Espíritu Santo de este movimiento misionero y evangelizador para comunicar la Vida a nuestros pueblos. Se trata entonces de ser protagonistas como nos alentó el papa san Juan Pablo II en la IV Conferencia del Episcopado celebrada en Santo Domingo: “… Que los laicos sean protagonistas de la nueva evangelización…” (Nº 97).
  4. “¡Gusten y ved cuán bueno es el Señor!” (Salmo 33, 9). Esta frase brota de un corazón que testimonia su experiencia de encuentro íntimo con el Señor, retándonos a vivirlo. La experiencia del contacto con la Presencia de Dios en la intimidad de la oración va más allá del esfuerzo intelectual, del estudio y el saber, más allá de razones y argumentos; es invitación personal y directa que refiere a contacto, presencia y experiencia, de forma que esta provocadora invitación del salmista no nos sitúa simplemente en un “lean y reflexionen”, o un “escuchen y entiendan”, sino en un “gusten y vean”.

El orante rebosando del amor y bondad de Dios, nos propone que degustemos y abramos los ojos ante la presencia del Señor, como sucedió con aquellos peregrinos al experimentarlo: “¿No estaba ardiendo nuestro corazón dentro de nosotros cuando nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras? (Lc 24, 32)”, es El Señor quien camina siempre a nuestro lado, todos los días hasta el fin, quien nos abre los ojos y nos hace arder el corazón mientras nos explica las escrituras, así constatamos “cuán bueno es el Señor”.

  1. Esa es la historia que por veintiocho (28) años la “Casa de la Misericordia” (Comunidad de laicos católicos naciente en Colombia) ha transmitido y quiere seguir comunicando a cada hijo de Dios, a cada bautizado en la Iglesia, a la familia y a la sociedad en general. Lo hemos comprobado: “¡Gusten y vean cuán bueno es el Señor!” El 11 de noviembre de 1989 se da inicio a esta aventura, cuando en un pequeño grupo de oración, varias personas por gracia asumimos un caminar de fe, de la única manera posible: en comunidad. En ese primer momento uno de nuestros grandes cuestionamientos era: “La identidad de los laicos en la Iglesia”; nos percatábamos que, aunque el Concilio Vaticano II había reconocido la misión del laico en la Iglesia, su identidad en la misma estaba diluida. Este concilio ecuménico nos recordó que todos los bautizados sin excepción, somos iguales en dignidad, ya que todos somos parte del único Pueblo de Dios y por el bautismo adquirimos la triple misión de ser sacerdotes, profetas y reyes (LG 34-36).
  2. Sin embargo, aunque son contundentes las declaraciones sobre nuestra condición de bautizados, hoy por hoy es innegable una crisis de la identidad del laico y su vocación transformadora de la realidad en un mundo exigente.
  3. Podemos entonces, muy ilustrativamente, reconocer en el desafío de la crisis de identidad, tres grupos de católicos: 1. Los BAMAFU; 2. Los Domingueros; y 3. Los Católicos en vía de extinción.

El primero, los BAMAFU: Este católico solo asiste a la Iglesia en el bautismo, matrimonio o funeral, a este grupo pertenecen posiblemente más del 80% de los católicos. El segundo, Los domingueros: asiste a la Iglesia solamente los domingos y el resto del tiempo viven indiferentes a la voluntad de Dios, este grupo lo pueden conformar posiblemente menos del 17%, son los mismos que reconocemos como católicos de cumplimiento, cumplo y miento. Y el tercero, lo llamamos católicos en vía de extinción: son los que tienen identidad porque viven el bautismo, asumiendo la Palabra de Dios como guía para su vida, generalmente pertenecen a un movimiento apostólico o comunidad parroquial, celebran los sacramentos, viven la comunidad y la caridad, creemos que no más del 3% de los católicos viven de esta manera. “Con este panorama gris se hace urgente el trabajo arduo de los Misioneros de la Misericordia para producir una nueva primavera espiritual en la Iglesia en los entornos donde son enviados a evangelizar”. Podemos decir que nuestra misión es hacer que muchos BaMaFu y Domingeros pasen a ser católicos en vía de extinción y así poco a poco cumpliremos con el llamado que nos hacen nuestros pastores.

  1. “Toda la creación gime y sufre con dolores de parto, esperando con ansiedad la manifestación de los hijos de Dios” (cfr. Rom. 8, 19-22). Nos tocó a nosotros vivir esta etapa de la historia humana que clama misericordia, trasformación, liberación. Son numerosos los hogares que se divorcian diariamente, o que se constituyen al margen de la bendición del Señor en el sacramento; son cientos los abortos que se producen en el mundo porque se ha perdido el valor y el respeto por la vida generando con ello pérdidas humanas y lesionando con un dolor indescriptible los propios vientres de nuestras mujeres, son millones los seres humanos que viven en guerra, odio, enemistad porque han olvidado que el otro es su hermano. Muchos sufren el desconsuelo sin contar con una palabra de ánimo en sus fracasos y pecados, otros miles viven en el olvido y la miseria sin solidaridad alguna, otros desorientados sufren profundas heridas en su afectividad, sexualidad e identidad: todo ello, nos exige que presentemos a Cristo cuanto antes, porque la humanidad, como lo nota santa Faustina: “grita día y noche, desde el abismo de la miseria, de los pecados y de cada dolor…” (DSF, 1744).

Por otro lado, cientos de hermanos viven una profunda confusión espiritual dejando que sus vidas las dirijan chamanes, brujos, astrólogos, las estrellas o las esencias, sin encontrar quién les pueda evangelizar para orientarlos por el verdadero camino hacia la Casa del Padre. Otros, encerrados en su soledad, problemas, vicios y miedos, viven deprimidos, tentados por el suicidio, sustraídos de tantas realidades hermosas puestas por Dios en la creación por y para ellos, por lo que, en este cuadro de urgencias vitales, nosotros podemos señalarles la solución para devolverles el brillo a sus almas y el propósito de sus existencias creadas por amor. Este mundo convulsionado, confundido, deprimido y distraído, que gime como con dolores de parto esperando la manifestación de los hijos de Dios, es el mar donde los Misioneros de la Misericordia debemos hacer la diferencia: lanzar las redes, impactar, e influenciar con el mensaje de salvación; es decir con la Palabra de Dios que a nosotros generosamente se nos compartió por su misericordia para encontrar el sentido de la vida y la plenitud.

  1. “Caín: ¿dónde está tu hermano? No sé, ¿acaso soy yo el guardián de mi hermano?” (Génesis 4, 9) Una de las imágenes más dolorosas de la Biblia, es la que nos recuerda esta pregunta que también se nos dirige. Caín es prototipo de quien no reconoce a su hermano como una bendición que custodiar, es imagen de quien descarta y está dispuesto a sacar del camino a su hermano porque le es indiferente amarlo. Muchos podemos estar viviendo bajo el signo de Caín y aunque no demos muerte física a un hermano, pareciera que nos complaciera verlo morir ya que no nos manifestamos para entregarle la Vida de Dios. La indiferencia espiritual entre católicos está dinamitando nuestro mundo y dejando a su paso solo víctimas; hace 100 años nuestra Madre en Fátima ya nos decía a través de los santos niños pastores: “muchas almas mueren y van al infierno porque no hay quien se sacrifique y ore por ellos.” (13 julio 1917).

Solo si valoramos el don de la filiación divina, que consiste en reconocernos Hijos del Padre Misericordioso y por eso hermanos de todos los hombres, lograremos dar la respuesta adecuada a la pregunta que hoy nos hace el Señor acerca de dónde está nuestro hermano. Es imposible encontrar la paz, la libertad, y en últimas, la identidad, si no descubrimos nuestro principio fundamental, nuestra esencia: Soy Hijo del Padre Misericordioso y, por tanto, el otro es mi hermano, de quien también soy corresponsable. Nuestra misión como el Señor se lo dice a Faustina es la de salvar almas (cfr. DSF 1690).

  1. “El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros” (Juan 1, 14) Somos una gran familia, don de Dios, anhelamos que Jesús, Palabra de Vida, se haga carne en nuestra historia; de ahí que los Misioneros de la Misericordia nos encontramos comprometidos en provocar ese “habitar” o ese “acampar” de la Palabra de Dios en la vida de quienes nos rodean. Nuestra publicación Misericordia Día a Día, con su método “Un camino diario de Oración Personal” facilita ese encuentro alegre y gozoso con la persona de Jesús, que cada día va encarnándose en nuestra realidad iluminándola y transformándola.
  2. Es de esta manera como los Misioneros de la Misericordia vamos a producir una nueva primavera espiritual en la Iglesia. Tú y yo estamos llamados a asumir con generosidad esta gran misión. Vamos juntos como gran familia de la Iglesia Católica a ser parte de la Misión Continental a través de este proyecto: “Misioneros de la Misericordia”, seamos “Iglesia en Salida”. Juntos dejaremos un legado a la presente y futura generación: nuestros familiares, vecinos y compañeros de trabajo, recordarán con agrado que seguir a Jesús es la mejor decisión, que descubrirlo en la oración personal con su santa Palabra es el mejor regalo que podemos comunicar. ¡Puedes imaginar!: ¿Cuántas personas te recordarán porque un día les enseñaste a orar con la Palabra y eso les dio sentido a su vida, las liberó de un vicio, las sacó de su soledades y depresiones?, ¿lo puedes ver?, ¿a cuántos impactarás con tu legado de compartir la Palabra y los inspirarás para que ellos lo hagan en todo tiempo?, ¿cuántos hogares se restablecerán o reconstruirán gracias a tu misión de darles vida?

Para asumir este proyecto contamos con todos los católicos que desean compartir su experiencia de fe en Jesús y quieren comunicar la Buena Nueva de salvación a quienes les rodean. Los agentes de pastoral de las parroquias, los integrantes de las nuevas comunidades, movimientos apostólicos y grupos de oración y adoración. Así lograremos ser los Misioneros de la Misericordia que la Iglesia y el mundo necesitan.

“Hoy, en la adoración el Señor me hizo saber cuánto desea que el alma se distinga en el amor activo y vi en mi interior cuán grande es el número de almas que nos piden gritando: Dennos a Dios; y ardió en mí la sangre apostólica. No la escatimaré, sino que la daré hasta la última gota por las almas inmortales; aunque, quizá, Dios no lo pida físicamente, pero espiritualmente esto es posible para mí, y no menos meritorio.” (DSF, 1249).

  1. Este proyecto Misioneros de la Misericordia consiste en vivir y compartir un método de oración Personal: “El Camino diario de oración personal” (Pág. 7, Misericordia Día a Día), a través del cual se logra vivir de manera sencilla y eficaz la lectura orante con la Palabra de Dios (Lectio Divina). Este encuentro diario hace que el lector se descubra discípulo a los pies del Maestro y a su vez asuma ser misionero compartiendo la experiencia vivida a los que le rodean, transformando su entorno a partir de su familia y logrando llegar a sus vecinos y amigos a través de lo que conocemos como Casas Misioneras de la Misericordia. Nuestro Proyecto Misioneros de la Misericordia es: “Un Camino Diario de oración personal, para mí, para ti, nuestra familia y comunidad”.